Varios estudios apuntan que un síndrome que hasta ahora se diagnosticaba especialmente a personas a partir de los 50 años, el ojo seco, aumenta entre personas mucho más jóvenes. Cada vez hay más casos de esta enfermedad, que provoca una falta de lubricación en los ojos y, en consecuencia, quemazón, lagrimeo, enrojecimiento, sensibilidad a la luz o visión borrosa, entre otros.
Según el estudio PrevEOS, el 33% de las personas entre 18 y 30 años en España tienen síntomas compatibles con el ojo seco (como fatiga visual o visión fluctuante), pero solo el 5,7% han sido diagnosticados por un/a profesional médico/ca.
Aún más alarmantes son los datos del estudio realizado por investigadores de la Universidad de Aston, que concluye que el 90% de los/las participantes en el estudio, personas entre 18 y 25 años, presentaban al menos un síntoma de ojo seco. Además, en un año la mitad de las personas participantes habían perdido al menos el 25% de las glándulas de Meibomio, responsables de la producción de lípidos en las lágrimas.
Según los mismos equipos de investigación, las causas de este aumento podrían ser el estrés, pasar muchas horas frente a la pantalla, usar lentes de contacto durante mucho tiempo, descanso irregular o de mala calidad y hábitos poco saludables. De hecho, varios participantes manifestaron que los síntomas disminuían el fin de semana, justo cuando estos hábitos pueden variar. Precisamente por esta mejora temporal el fin de semana, muchas personas jóvenes no dan tanta importancia a los síntomas sufridos y no consideran acudir a la consulta de oftalmología. Eso hace que el ojo seco esté generalmente infradiagnosticado.
Sin embargo, la falta de diagnóstico en las primeras etapas podría complicar la enfermedad y, por lo tanto, también el tratamiento.
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Además de acudir al consultorio de oftalmología para diagnosticar correctamente el ojo seco y seguir el tratamiento recomendado, existen ciertos factores que pueden ayudar a ralentizar la progresión de la enfermedad. Se recomienda tomar descansos regulares del uso de pantallas, parpadear con frecuencia, mantener los ojos hidratados con lágrima artificial, dormir lo suficiente en patrones regulares y comer una dieta equilibrada que incluya ácidos grasos omega-3.
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