Las personas de mediana edad pueden experimentar cambios importantes del poder refractivo ocular que influye en su agudeza y calidad visual.
Un porcentaje muy elevado de personas sufre presbicia o vista cansada a partir de los 40 años, en los pacientes con hipermetropía ocurre antes y en los miopes después. La presbicia se caracteriza por una incapacidad para enfocar los objetos cercanos, es decir, se pierde la destreza para enfocar objetos situados a 25-30 cm, que es la distancia habitual de lectura.
Es un cambio fisiológico asociado al envejecimiento que se produce por una pérdida progresiva de la capacidad de acomodación, debido a que el cristalino que es una lente que modifica su potencia gracias la fuerza contráctil del músculo ciliar, pierde su competencia de forma progresiva.
Los síntomas visuales y oculares que pueden presentarse si no se corrige son: alejar cada vez más los libros al leer, tener sensación de cansancio o fatiga ocular tras realizar trabajos que requieran esfuerzo visual de cerca, enrojecimiento ocular, visión borrosa y cefaleas. Su corrección puede realizarse mediante el uso de gafas (lentes convergentes), lentes de contacto, o si la persona no quiere llevar corrección óptica, se puede realizar una cirugía refractiva intraocular con implante de lente multifocal (parte de la óptica de la lente está enfocada de cerca y la otra de lejos).
El síndrome del ojo seco suele ser más común a medida que la edad aumenta, y se da especialmente a partir de la edad media de la vida. Existen diferencias respecto al género, las mujeres la sufren más, sobretodo relacionado con cambios hormonales, exacerbándose en el momento en que aparece la menopausia, aunque en algunas ocasiones también puede relacionarse con enfermedades sistémicas, sobretodo de tipo reumatológico como la artritis reumatoide.
Es un síndrome provocado por un defecto en la lubricación de la superficie ocular, que ocurre como consecuencia de que la lágrima que tiene que hidratar la córnea no es de “buena calidad”, y además en la mayoría de las ocasiones se acompaña de una función deficiente de las glándulas del párpado, que son las que producen el componente más espeso (lipídico y mucinoso) de dicha lágrima.
Los síntomas visuales y oculares que pueden presentarse si no se trata son: irritación y enrojecimiento ocular, fotofobia (intolerancia a la luz), sensación de arenilla o cuerpo extraño, enrojecimiento del borde de párpados, disminución de calidad visual e incluso, si es severo, disminución de agudeza visual.
Su tratamiento se basa en mejorar la calidad de la lágrima mediante medidas de higiene palpebral y tratamiento tópico con lubricantes oculares (lágrimas artificiales y geles lubricantes de superficie ocular). En los casos más severos, puede requerirse realizar ciclos de corticosteroides tópicos oculares o usar inmunomoduladores tópicos, así como el empleo de dispositivos que reduzcan el drenaje de la lagrima (tapones lagrimales).
En el caso de ser usuario de lentes de contacto, hay que tener especial precaución si se presenta un síndrome de ojo seco, además de que en muchas ocasiones el ojo seco puede estar directamente relacionado con su uso excesivo. Siempre se deben mantener las normas correctas de utilización para evitar patologías de superficie ocular que pueden tener una importante influencia en la visión, y se pueden usar lágrimas artificiales para proteger la superficie ocular mientras se usan. En ocasiones, si la superficie ocular presenta irritación o existe alguna patología en la córnea (como heridas superficiales por mala hidratación, áreas inflamatorias etc.) puede ser necesario descansar de su uso y hasta nueva valoración por el oftalmólogo, y confirmación de que el proceso se ha resuelto, no llevarlas.
Los problemas de salud, sobre todo aquellas enfermedades consideradas factores de riesgo cardiovascular, como la hipertensión arterial y la diabetes mellitus, suelen presentar su comienzo en esta etapa de la vida.
La retinopatía diabética es la causa más importante de ceguera bilateral irreversible entre los menores de 65 años en los países occidentales, siendo el tiempo de evolución el principal factor implicado en su desarrollo (afecta al 50-60% de los diabéticos de 15 años de evolución).
Por lo dicho anteriormente, es de gran importancia hacer una valoración oftalmológica si existe el diagnóstico de dichas enfermedades en un paciente, aunque no refiera síntomas visuales, ya que permite prevenir complicaciones irreversibles oftalmológicas, así como valorar si existe un buen control sistémico de la patología. No sólo se requiere una única valoración, sino que al tratarse de enfermedades crónicas requieren un seguimiento con controles oftalmológicos a largo plazo, con una periodicidad variable dependiendo de los signos encontrados en las exploraciones.
Si una persona presenta cambios en su visión, a pesar de no tener un diagnóstico de enfermedad sistémica, debe acudir a una valoración oftalmológica ya que en muchas ocasiones se diagnostican enfermedades sistémicas que tienen tratamiento a raíz de una alteración visual que se ha presentado como primer síntoma de dicha enfermedad.
Para reducir el riesgo de presentar patologías como las descritas, es importante tener hábitos saludables en la vida diaria como realizar ejercicio físico, comer bien, dormir correctamente, además de evitar hábitos tóxicos (tabaco, alcohol etc.)
Es importante realizar un examen oftalmológico completo a los 40 años a pesar de no presentar síntomas oculares o visuales porque por un lado, existen enfermedades oftalmológicas que tienen su comienzo en este momento de la vida e inicialmente pueden pasar desapercibidas como el glaucoma, las cataratas, la retinopatía diabética o la degeneración macular asociada a la edad cuyo pronóstico mejora si el diagnóstico es temprano y se evitan complicaciones irreversibles, y por otro lado porque existen signos oculares que pueden ser el punto de inicio en el diagnóstico de una enfermedad sistémica que requiera un tratamiento.
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