Los chips de visión artificial son unos dispositivos que estimulan eléctricamente la retina. El sistema se basa en una cámara integrada en unas gafas que lleva el paciente, y esa cámara transmite la información a un chip que ha sido implantado mediante una operación quirúrgica en la retina. Este chip transmite la información al nervio óptico y al cerebro.
Debido a que este sistema se basa en el estímulo directo de la retina, se prescribirá para pacientes que padezcan problemas de retina, pero cuyo nervio óptico funcione adecuadamente y no esté dañado. Para transmitir la información de la retina al cerebro, necesitamos el nervio óptico. Por ese motivo, no será útil en personas con enfermedades del nervio óptico, como pueden ser pacientes con glaucoma terminal, que tienen el nervio óptico ya totalmente atrofiado. En esos casos, este sistema no funcionará.
De enfermedades de retina, hay de muchos tipos, pero las que pudieran beneficiarse de este dispositivo serían las que afectan más a las capas externas, especialmente la de los fotorreceptores. Dentro de estas enfermedades de retina hay la retinosis pigmentaria.
Estos dispositivos no son una novedad. Son unos sistemas que se empezaron a desarrollar hace más de 25 años. Sin embargo, los resultados en este tiempo han sido decepcionantes y no han demostrado ser una buena alternativa, ya que la calidad de imagen que ofrecen no tiene un impacto en la calidad de vida del paciente.
Al estimular eléctricamente la retina el paciente percibe unos flashes o chispazos de luz que emiten cada uno de los electrodos que incorpora el dispositivo. Los sistemas de última generación que disponen de por ejemplo 150 electrodos, provocan en el paciente la visión de estos chispazos distribuidos en su campo de visión, como si fueran 150 píxeles de una imagen fotográfica en blanco y negro. La imagen es, pues, muy simple.
Para hacernos una idea, las cámaras fotográficas actuales tienen millones de píxeles, por lo que 150 es una resolución muy baja. Además, faltan los matices de color, brillo, contraste, movimiento y percepción global del objeto puede ofrecer una retina sana. Las personas no percibimos una imagen descompuesta punto por punto, sino que en una cara vemos los ojos, en una escena vemos a una persona moviéndose… Y eso, con una resolución tan baja y sin matices, que es lo que ofrece el chip, es difícil de interpretar por parte del paciente.
Estos dispositivos se implantan mediante una intervención quirúrgica que presenta muchos riesgos, tanto en la misma intervención, como en el postoperatorio.
Es difícil que un elemento inorgánico se integre adecuadamente en tejidos vivos y establezca una simbiosis que no altere la homeostasis de dichos tejidos. Es posible que el chip, al contacto con la superficie retiniana, genere unas cicatrices en los tejidos que pueden reducir considerablemente la transmisión del estímulo nervioso. Por otro lado, las descargas eléctricas continuas para estimular la retina pueden producir un efecto dañino sobre estos tejidos, provocando incluso el fracaso del dispositivo, ya que el paciente puede dejar de percibir estos flashes de luz.
Se pueden asumir riesgos quirúrgicos importantes siempre que haya un beneficio posterior para el paciente, aunque sea remoto. El problema es que el resultado funcional posterior es prácticamente nulo, por lo que no compensa asumir los riesgos frente a los beneficios que se pueden obtener.
La ceguera se origina por un mal funcionamiento de los tejidos oculares, que son tejidos vivos y formados por células. Cualquier mal funcionamiento o muerte celular en la retina provoca, por lo tanto, una pérdida de visión. Si lo que queremos es restaurar la visión de un paciente, el futuro está en intentar recuperar la función de las células que no trabajan adecuadamente, o en sustituir las células muertas por células vivas nuevas que las sustituyan.
El tratamiento para intentar recuperar la función celular, teniendo en cuenta que está regulada por los genes que contienen las células, es la terapia génica, que consiste en modificar esos genes para que la célula se recupere y trabaje adecuadamente.
Cuando una célula está muerta y la queremos sustituir, tenemos que trasplantar unas células nuevas que puedan sustituir la función de las muertas. Es lo que conocemos como terapia celular.
Una de las terapias celulares que existe es la terapia con células madre que tenemos en nuestro organismo, que tienen la propiedad de poder diferenciarse en distintos tipos de célula, con lo que si podemos llegar a modular el crecimiento de estas células y convertirlas en células retinianas, podrían potencialmente sustituir las células retinianas muertas.
Tanto la terapia génica como la terapia celular son dos líneas de investigación que han avanzado muchísimo, no solo en la oftalmología, sino también en otras especialidades. En mi opinión, en un futuro próximo veremos avances importantes que darán respuesta a enfermedades de retina difíciles de tratar. Un ejemplo es una enfermedad retiniana que padecen niños, la amaurosis congénita de Leber. Se han conseguido resultados esperanzadores en que algunos pacientes han conseguido alcanzar una cierta visión. El gran reto es conseguir que el beneficio para el paciente se mantenga a lo largo del tiempo.
Escríbenos o pide hora para una consulta con uno de nuestros especialistas.