La palabra láser procede del acrónimo en inglés Light Amplification by Stimulated Emission of Radiation que significa en español: luz amplificada por la emisión estimulada de una radiación.
La luz de láser no es más que una luz altamente organizada y coherente con propiedades especiales. El conocimiento teórico del funcionamiento y precauciones que se deben tener en el manejo del láser en oftalmología, nos ayuda a aprovechar debidamente esta tecnología, aplicarla adecuadamente y no dañar a nuestros pacientes.
Según la clasificación europea de los punteros, hay cuatro categorías con subgrupos y sólo la 1 y 2 y sus subgrupos (1, 1M, 2 y 2M) son seguros y no necesitan protección. Basta con el acto reflejo del párpado para protegerse de sus efectos en el ojo.
Las otras dos categorías, la 3 y la 4, necesitan protección porque pueden producir la afectación de la visión (quemaduras en el tejido más noble, la retina) y quemaduras en la piel según su potencia y tiempo de exposición.
Es importante destacar que no sólo el láser tiene riesgos para la visión. Aunque todos sabemos que la luz es energía, habitualmente no somos lo debidamente conscientes de ellos.
Mirar directamente a la luz solar también puede provocar lesiones en la retina, porque a pesar de no ser un láser, es una luz muy potente. En ICR hemos atendido a pacientes por lesiones retinianas lumínicas ocasionadas por quedarse dormido en la playa con los ojos entreabiertos (el cristalino actúa de lupa y esta condensa la luz y la energía del sol y quema la retina), pacientes que han practicado el “sun gazing” (peligrosa práctica de mirar directamente al sol durante unos minutos con la falsa creencia de que aumenta los niveles de energía y disminuye el apetito) o profesionales con trabajos de especial riesgo, como los que realizan procesos de soldadura, por trabajar sin los elementos protectores frente a la radiación nociva que provoca daños retinianos.
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