La cirugía escleral es un procedimiento quirúrgico realizado habitualmente bajo anestesia local y sedación (o general, en casos específicos), que consiste en la colocación de un anillo, habitualmente de silicona, alrededor de la capa más externa de la pared del ojo, la esclerótica. Este anillo queda suturado a la pared del globo ocular, en el nivel en el que se encuentran las roturas o desgarros retinianos.
El anillo empuja o presiona la esclerótica hacia el interior. De esta manera, se alivia la tensión que tira de la retina y se consigue controlar la tracción que provoca el desgarro retiniano. Puede suturarse presionando en la zona situada detrás del desgarro o puede rodear el globo ocular 360º.
Por sí sola, la liberación de la tracción no suele ser suficiente para bloquear el desgarro, por lo que necesitamos combinarlo con un procedimiento que provoque inflamación y, posteriormente, cicatrización del desgarro. Este proceso se consigue aplicando frío (criocoagulación) o luz (fotocoagulación con láser). De esta manera, se forman unas cicatrices en la retina que la sellan con las capas situadas debajo y ayudan a mantenerla en su lugar.
A veces es necesario drenar el fluido que se halla debajo de la retina desprendida. De este modo, facilitamos la recolocación de la retina sobre la pared posterior del ojo.
En prácticamente todos los casos de desprendimientos de retina, es necesario su reposicionamiento para evitar que pierda su capacidad funcional de manera permanente y provoque ceguera.
La cirugía escleral simple es útil para tratar desgarros, agujeros o roturas en la retina que hayan causado un desprendimiento no demasiado complejo. El procedimiento debería realizarse con cierta urgencia, ya que, en los casos más agudos, cuanto más se tarde en reparar el desprendimiento, menores son las posibilidades de reaplicar la retina correctamente sin tener que asociar técnicas más complejas y con mayor riesgo de afectación visual final. Por eso, suele ser necesario reaplicar la retina en un período de tiempo de alrededor de un par de días.
Además de solicitarle su historial médico completo, es necesario realizar un examen oftalmológico exhaustivo para determinar las zonas que deberán tratarse durante la cirugía mediante un examen bajo la lámpara de hendidura del segmento anterior (córnea, cristalino…) y posterior (mácula, retina…) del ojo y, en ocasiones, otras pruebas como ecografías oculares u OCT.
Después de la cirugía, los pacientes deberán seguir las pautas postoperatorias proporcionadas por el cirujano, que pueden incluir no levantar peso, hacer reposo en una postura determinada y no realizar esfuerzos físicos.
Los movimientos oculares rápidos también deben evitarse y hay que llevar gafas de sol en el exterior. Los ojos pueden permanecer rojos y puede haber sensación de arenilla y un dolor discreto durante algunos días tras la cirugía. El oftalmólogo recetará gotas antibióticas y corticoesteroides para reducir la inflamación y el riesgo de infección.
En el caso de dolor excesivo, hinchazón, sangrado, secreciones o disminución de la visión, hay que informar rápidamente al oftalmólogo.
Hasta seis u ocho semanas después de la intervención, no puede determinarse la mejor agudeza visual. La recuperación completa de la visión dependerá de la ubicación y la gravedad del desprendimiento.
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